Si nadie, nunca,
nos hubiera tocado,
seríamos paralíticos.
Si nadie, nunca,
nos hubiera hablado,
seríamos mudos.
Si nadie, nunca,
nos hubiera sonreido
-y mirado-,
seríamos ciegos.
Si nadie, nunca,
nos hubiera amado,
no seriamos
"nadie".
Paul Beudiquey dice que este poema se lo regaló un amigo de Nápoles, quién a su vez lo encontró escrito en la pared de un aeropuerto de Johannesburgo.