NATACIÓN
Virgilio
Piñera
He
aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No
hay el temor a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se
está ahogando de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz
de un farol o en la claridad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la
ausencia de agua evitará que nos hinchemos.
No
voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría
en los estertores de la muerte. Sin embargo, esto tiene de distinto con ella:
que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la música
que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.
Al
principio mis amigos censuraron esta decisión.
Se
hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la
crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando
hundo mis manos en las losas de mármol y les entrego un pececillo que atrapo en
las profundidades submarinas.