I. Wo es War, so Ich werden
¿Qué sucede con las palabras que no llegan a ser pronunciadas, con los pensamientos que se olvidan, con las inteligencias destruidas? Cuando creemos hablar, ellas nos hablan: los muertos guían nuestros pasos. Quien no las ama no sabe escribir, porque “escribir es producir la ausencia de obra” (Blanchot). Es más, como en seguida veremos, escribir no es posible sin arriesgarse a la ausencia de obra, es decir a la locura.
Porque no existe una verdad una y concreta, que nos comprenda; se hace preciso imponer su ficción para salvar a la Humanidad de desejercer en un sentido demasiado disperso: de ahí el Estado. Y porque esa verdad impuesta y que no nos comprende es una carga demasiado pesada, es la razón por la que “tenemos al arte para defendernos de la Verdad” (Nietzche). Y esto por cuanto el arte es la ceremonia ritual por la que arriesgamos el sentido: lo que lleva a Derrida a decir del poema que “corre siempre el riesgo de carecer de sentido, y no sería nada sin ese riesgo”. Si el poema “no sería nada sin ese riesgo”, ello significa que la poesía, y con ella toda la literatura y el arte, son ese riesgo, es decir, son el acto de poner en juego el sentido, una y otra vez, ritualmente, para defendernos así de la verdad. Lo que equivale a decir que el arte es una apuesta con la locura, que sería la pérdida efectiva de ese sentido, es una partida de ajedrez con la locura. El tema del arte, de la literatura, es, pues, en cierto sentido, la locura, y es por ello que “escribir es producir la ausencia de obra”. El “genio” será así aquél loco capaz de haber dado un “tercer sentido”, un sentido universal a la singularidad absoluta que se llama locura. El “genio” será aquel que ha hecho de la locura, de la ausencia de obra, su obra [...].
La locura sigue siendo uno de los derroteros de este prólogo que suma, aproximadamente, 20 cuartillas; uno de los prólogos más lúcidos que he leído, prólogo de un Leopoldo María Panero que algo tiene de loco desde su nacimiento, en 1948.
El primer cuento de la antología se titula La Maldita Voz, el autor es Vernon Lee, y el segundo párrafo inicia:
Oh, maldita voz, violín de carne y sangre, adornada con los sutiles instrumentos, las manos perversas e inteligentes de Satán.
Hace poco más de un mes que compré el libro, me sedujo, primeramente, el antologador, luego el título, y al final lo coronó el bajo precio de quien vendía en aquel tiradero de libros: a 60... pero si te lo llevas te lo dejo en 50.