Cada hombre lleva en sí una habitación. Es un hecho que nos confirma nuestro propio oído. Cuando se camina rápido y se escucha en especial de noche, cuando todo a nuestro alrededor es silencio, se oyen, por ejemplo, los temblores de un espejo de pared mal colgado.
HABLABA Y HABLABA...
Max Aub
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
UN AGUJERO
Héctor Rojas Herazo
Le pregunto al tendero gordo, con toda seriedad:
-¿Usted es Dios, señor?
Y él me responde, mientras corta trocitos de jamón, mientras mueren poco a poco sus ojos:
-No, no soy Dios, pero sí lo conozco.
-¿Cómo es él? —le pregunto.
Y él me responde:
-Es así.
Y me da su tamaño, su peso, sus medidas.
LITERATURA
Julio Torri
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.
PARTE DE GUERRA
Octavio Javier Bejarano
Hastiado de rascar y rascar sobre el brazo, tomó el hombre una lupa y escudriñó en el punto rojo que se insinuaba en el sitio del escozor. Al acercar su ojo al cristal y el cristal a la epidermis vio, aterrado, el barco alejarse en el hilillo de sangre que corría por el antebrazo. Al intentar detallar más clavando su mirada, un disparo de cañón estalló contra la lente que, al saltar en mil pedazos, sacó de su órbita el ojo del intruso.
TIRO EN LA NUCA
Eduardo Berti
La silenciosa práctica del tiro en la nuca tiene, por supuesto, leyes rigurosas. Su territorio son los autobuses ciudadanos. El matador debe escoger un hombre para nunca moverse del asiento a sus espaldas. Sólo una cadena de casualidades hace posible la así llamada "situación de disparo", que ocurre cuando el matador queda sentado tras el último viajante. Los choferes son cómplices, finjen que nada ven, pero en el fondo admiran el olfato de los matadores para adivinar quién será el último que querrá descender. Raramente se oye el fatídico disparo: son demasiadas la casualidades requeridas. Por eso es que bajamos tantas veces vivos del transporte público.