CARRERA DE CARACOLES
(Aldo Renato González)
No sé cómo empecé a sentir aflicción, tampoco sé cuando empecé a sentir melancolía; incluso por el pasado más inmediato. Recuerdo el ayer con nostalgia y mañana recordaré este hoy que será ayer; sobrevivo un pasado que siempre está presente.
Mis recuerdos se mezclan y confunden. Al recordarme me veo fuera de mí, como una tercera persona que observa mis actos.
Un día, me recordé jugando en el jardín; había formado en hilera once caracoles y esperaba a que empezaran a avanzar; una carrera de caracoles. Había trazado una línea a veinte centímetros, el que iba llegando me lo comía (¿Será por eso que siento tanta compasión hacia ellos?). Y allí estaba yo, observándome con la paciencia de niño, como yo de niño impacientemente esperaba a que cruzaran la línea de meta. Tiempo después recordé cómo me recordaba yo de niño, ahora había tres yos (con la diferencia de edad correspondiente), observando como yo de adolescente me observaba de niño jugando con los caracoles en el jardín. Y una vez más me recordé recordando que de adolescente recordé que de niño jugaba con los caracoles en el jardín, cuatro yos eran demasiados. Nunca imaginé que llegaría a abarrotar el jardín. Me empujaba a mí mismo, unas veces tolerante; otras agresivo. Me daba codazos, me mentaba la madre, me gritaba no empujen. Hasta que llegó el momento que uno de mis yos pisó los caracoles y el yo niño se puso a llorar y todos en cascada empezaron a sentirse tristes, otros como ahora, llorando por los caracoles muertos; sintiendo ira hacia el yo que los pisó; hacia el yo que lo aventó; hacia el yo que recordó y entró en ese lugar a sabiendas que ya no había cupo.
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Estoy en mi habitación recordando eso, mirando por la ventana, viendo a un niño llorar y cientos de adolescentes, jóvenes y adultos; con pelo largo, cabeza rasurada, barbudos otros, pantalón de mezclilla o con traje, camisa de franela, descalzos, con huaraches o con botas, con o sin lentes, ebrios, eufóricos, flacos, gordos, sudados o recién bañados; aventándose, golpeándose, blasfemándose y nadie repara en el niño. ¿Dónde estaba mi madre en esos momentos? ¿Porqué uno de mis yos no me alejó de ese tumulto? Obviamente nada más pensaba en mí mismo.
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Mi habitación se ha llenado de yos. Ya somos demasiados, no cabemos. Una turba de ellos me toma y me lanza por la ventana.