Enrique López Aguilar
Quisiera seguir dormitando entre hoja y hoja de papel, pero de nuevo me despierta esa mirada: me levanto, recojo el puñal que aguarda en el buró, lo sostengo en la mano, lo miro como si no lo hubiera visto una y otra vez para acometer algo que no deseo hacer, aunque ocurrirá en la siguiente página (siempre en este preciso punto); esos ojos me leen y conducen mi destino: no sé dónde ocultarme (cuando hablo, mis palabras son impropias y mis actos me contradicen). ¿Alguna noche quebrantaré esta rutina? ¿Alguna vez me libraré de quien me lee y me narra para/
B se levanta de la cama, pues el odio entiende sus caminos. Casi con indiferencia, toma el cuchillo. No tiene que buscarlo demasiado, conoce el lugar preciso. Mira el reloj. Las tres de la mañana, la hora del sueño. Nadie escuchará. Camina con exactitud hacia donde duerme quien esa madrugada debe morir. Sostiene el arma, que brilla momentáneamente en su mano levantada, y abre la puerta/
He visto un signo diagonal. Si llegara ahí sin que nadie se percate… Sostengo la daga para rasgar lo que me separa de la libertad. Doy vuelta al pestillo, levanto la mano… Ah, la diagonal, debo cortar ahí, punzar y hendir con fuerza para escabullirme. El acero brilla, me acerco al destino y desgarro esa puerta con el/
–Oye, amor, ¿estuviste leyendo el libro que dejé encima del buró?
–Claro que no, ¿por qué?
–Porque llegué a la última línea de la página y no puedo pasar la hoja.
–Qué tonto eres. Voy a buscar el abrecartas para que no te pongas así.
–Me quedé donde alguien va a matar a una persona, pero abre una entrada dentro de un signo tipográfico. Quiero conocer el desenlace. ¿Tú crees que estoy/
*Texto ganador del XVI Certamen Literario Juana Santacruz, 2008.