La plantilla es la misma desde que empezó, pero modificada
con mis pobres conocimientos de html. Recuerdo la emoción que me dio cuando le
pude poner las imágenes al azar que encabezan los posteos. También tuvo un
playlist con unas 150 canciones que fui subiendo con los años, pero hace un par
de meses dejó de existir mixpod.com, el sitio que regalaba la aplicación de reproductor
de música. Huelga decir que la mayoría de las aplicaciones de ahora no son
compatibles con mi plantilla neardental. Con los navegadores Firefox y con Chrome se ve completo, con Explorer no se ve ni la segunda ni la tercera columna. No se pierde mucho, la primera columna es el alma de este lugar (lo otro es para compartir mi trabajo como escritor). Con ésta, tiene 982
publicaciones, que son bien pocas si se consideran los 10 años. Leyéndolo, me parece
curioso ver cómo he ido creciendo. Antes de este blog, tuve una página en la
extinta gratisweb.com, creada por 1998 o 99.
En fin, para festejar (puff, soy bien reventado...), les comparto este caso de contacto
extraterrestre que pertenece al libro Ellos, los dueños invisibles de este
mundo (o La
Granja Humana), de Salvador Freixedo. Lo leí cuando tenía
unos 10 años. Resulta que por alguna extraña razón, mi hermano (2 años mayor
que yo) tuvo una época de lector de Salvador Freixedo. Recuerdo que tenía como
una docena de obras de Freixedo (y también era incha de Los Ates del Morelia,
hoy Los Monarcas del Morelia. Afortunadamente esa afición no se me contagió).
Casualmente hojeaba sus libros y en una de esas ocasiones leí una de las historias que más me marcaron
para ser escritor de cosas raras. 22 años después sigo recordando
las emociones que me despertó. No es presentado como un cuento, sin embargo, al margen de que sea o no sea auténtico este contacto, es una gran historia (si estuviera mejor narrado, sería maravilloso. También me parece una gran historia este hechizo: Dos Diablillos, tomado de El libro infernal). Se los comparto:
Caso Nº 2 EL
JUGUETE IMPOSIBLE
(Salvador Freixedo)
Narraré
este caso tal como me lo contó el mismo testigo, que únicamente me dio permiso
para hacerlo tras muchas vacilaciones y con la condición estricta de que
omitiese todos los detalles que pudiesen llevar a alguien a su identificación.
Hace
unos años, hechos como éste eran los que hacían perder credibilidad al fenómeno
OVNI y desanimaban a los investigadores que se consideraban a sí mismos
«científicos». Sin embargo hoy, después de 30 años largos, los investigadores
más despiertos, y en cierta manera la opinión pública, están ya más preparados
para aceptar este aspecto paranormal del fenómeno, lo mismo que se van convenciendo
de sus muchos aspectos parafísicos que tanto intrigan y hasta malhumoran a los
conocedores de las ciencias físicas.
Omitiré
por lo tanto nombres y ubicaciones, tal como me lo pidió el contacto, quien
bastante ha tenido ya que sufrir con haber sido testigo mudo por tantos años de
hechos tan alucinantes e «imposibles».
Hace
algo más de 45 años, cuando nuestro testigo (al que en adelante llamaremos
Julio) tenía menos de 10 años de edad, vio encima de sí, en una región en la
que siempre ha existido una gran actividad ovnística, algo que flotaba en el
aire como a unos 20 metros de altura. Por supuesto que él no tenía idea de lo
que era aquello, pues nunca en su vida había oído hablar de semejante cosa,
pero su ingenuidad de niño campesino, junto con la natural curiosidad de su
edad, lo impulsaron a interesarse por averiguar qué era aquella cosa extraña
que flotaba en el aire.
En
vez de huir o asustarse se dedicó a observar. Al cabo de un rato sintió que de
arriba lo alzaban y en pocos instantes se vio dentro de una habitación
circular, con una luz «que no era como la del Sol» y rodeado de objetos y cosas
que no sólo no le eran familiares, sino que eran totalmente distintas de todo
lo que él había visto hasta entonces.
Aún
no había salido de su asombro cuando vio una niña como de unos seis años que
vino hacia él muy sonriente y en ademán de jugar y efectivamente en seguida
empezó a enseñarle todos los juguetes que ella tenía en aquella casa tan rara.
Julio
observaba todo con mucha atención, y aunque se daba cuenta de que estaba viendo
cosas que nada tenían en común con lo que él había visto hasta entonces, en la
humilde casa de sus padres o en cualquier otro sitio, no estaba atemorizado y
sí genuinamente interesado en todo lo que le estaban enseñando. La niña siguió
mostrándole sus juguetes hasta que llegó a uno que será el objeto central de
este caso.
El
juguete era una caja pequeña de unos 20 x 20 x 10 cms. y no tenía nada por fuera
que indicase sus enormes potencialidades. La niña ponía sus pequeñas manos
sobre ella y en seguida se empezaba a formar en la parte superior de la caja
una especie de vapor hecho de muchas luces, que giraba vertiginosamente, hasta
que casi de repente aparecía ante ellos una criatura pequeña, humanoide, como
de un metro de altura y una inteligencia semejante a la de un mono. No hablaba
y parecía estar muy extrañada del lugar en que se encontraba de repente, como
si la hubiesen traído allí contra su voluntad.
La
niña era capaz de sacar de la caja cuantas criaturas quería, todas semejantes a
la primera, y todas le obedecían sin chistar incluso cuando las volvía a meter,
haciéndolas desaparecer dentro de la caja de la misma manera misteriosa como
las había sacado. Primero las convertía en una especie de vapor, que repentinamente
se precipitaba por una pequeña rendija hacia dentro. Digo que las hacía
desaparecer dentro de la caja porque las criaturas evidentemente no cabían
dentro, aunque hubiese habido una sola. Daba más bien la impresión de que se
desmaterializaban.
Julio
pasó un gran rato allá dentro conversando con la niña y viendo las muchas cosas
que ella le enseñó, hasta que llegó la hora de irse. Entonces la niña le dijo
si quería quedarse con la caja, porque él había mostrado mucho entusiasmo
cuando la veía sacar de ella con tanta facilidad aquellos «monitos». Sin
pensarlo mucho le dijo que sí y ella se la dio.
Lo
bajaron de la misma manera que lo habían subido, y he aquí a Julio poseedor de
algo que desde aquel momento se iba a convertir en el centro y en la
preocupación de toda su vida.
Naturalmente
guardó con gran celo su misteriosa caja y hasta la escondió de miradas
demasiado inquisidoras, pero no hizo de ello un secreto inviolable. Gozaba
mucho mostrándosela a escondidas a sus amiguitos y recuerda que hacía una especie
de pequeño circo (para cuya entrada cobraba un centavo) en el que sacaba alguna
de aquellas criaturas de la caja ante el asombro de sus pequeños compañeros de
escuela.
Las
personas mayores nunca asistían a aquellas «fantasías» de muchachos y hacían en
pequeño lo que la sociedad hace en grande: si alguno de sus hijos les contaba
lo que había visto, simplemente lo achacaban a «imaginaciones de niños». Aunque
también es cierto que Julio nunca sacaba ningún monito cuando había algún
adulto presente.
Esto
contribuyó a la idea de que todo eran «cosas de muchachos».
Pero
sucedió algo inesperado. La niña le había explicado bien a Julio cómo tenía que
hacer para volver a meter los «monitos» dentro de la caja, pero Julio, a pesar
de que lo intentaba no lo lograba. Las criaturas, en cuanto salían de su
asombro inicial, se quedaban durante un tiempo al lado de la caja, como
esperando las órdenes de Julio, pero dando muestras de un gran nerviosismo. Más
tarde, cuando éste intentaba volverlas a meter y no lo lograba, repentinamente
se iban, a una velocidad vertiginosa, y se perdían entre la maleza.
Estas
criaturas se convirtieron bien pronto en una pesadumbre para Julio, porque
lejos de desaparecer comenzaron a molestarlo y a amargarle la vida.
Primeramente cuando él, mediante la imposición de las manos sobre la caja las
hacía salir de dentro, las criaturas no salían de una manera tan fácil y
natural como lo hacían con la niña, sino que, por el contrarío, cuando se
materializaban delante de sus ojos, se mostraban contrariadísimas como si
hubiesen sido traídas a la fuerza de otro sitio y comenzaban a mirar a todas
partes y a dar señales de gran intranquilidad buscando por dónde huir, y de
hecho lo hacían en cuestión de segundos, con unos movimientos eléctricos, sin
que se dejasen agarrar ni tocar de nadie.
Más
bien se mostraban hostiles a la gente, aunque la gente mayor parecía no verlos.
Sin embargo, los niños y los animales, sobre todo los perros, los veían muy
bien y huían a toda velocidad ante ellos.
Al
cabo de un tiempo estas criaturas comenzaron a acercarse a la casa de Julio y a
todas horas merodeaban por los alrededores. A veces se acercaban a él (la única
persona con la que hacían esto) y hasta llegaban a tocarle, mostrando muy poco
respeto por él: hasta se atrevían a hacerle bromas muy rudimentarias y de mal
gusto.
Durante
años, cuando Julio iba de un lado a otro por el campo, ellos lo acompañaban,
aunque siempre a cierta distancia. La gente no los veía pero, como dije, los
animales sí, y se alejaban en seguida cuando ellos se acercaban, dando señales
de gran miedo o inquietud.
Julio
no sabía qué hacer, y esto a lo largo de los años se ha convertido en un
calvario para él, pudiendo decirse que ha marcado fatídicamente toda su vida.
En
la actualidad él ya no tiene la caja consigo; la arrojó al mar amarrada a una
piedra, muy lejos de la orilla, porque parece que lo que atraía a las criaturas
era la caja y de hecho hace tiempo que éstas ya no lo visitan.
En
un determinado momento de nuestra larga conversación —aunque posteriormente lo
he visitado más veces— me dijo Julio con acento apesadumbrado:
«Créame,
lo que yo quisiera es morirme.» A mi pregunta de por qué, me contestó, siempre
con el acento de un hombre que lleva encima de sí un gran peso o una gran
preocupación:
«Ya
no quiero ver más cosas extrañas. Lo que quiero es descansar.» Todo esto me dejó
con muchos interrogantes en la cabeza. En realidad, me dio la impresión de que
aún tenía más cosas que decir, que se reservaba, y que ellas eran las que le
causaban todo ese cansancio de vivir.
Él
relaciona estas criaturas con ciertas desgracias que han sucedido por aquella
región y cree que son capaces de hacer mucho mal y que de hecho lo hacen
algunas veces. Según parece, en la actualidad merodean cerca de un lugar en la
montaña, en donde por un tiempo tuvo escondida la caja, y es peligroso para la
gente acercarse por allí. Me mencionó en concreto varias muertes que él creía
habían sido causadas por ellos.
Aunque
hace ya bastantes años que hizo salir a la última criatura de la caja, da la
impresión de que está preocupado y apesadumbrado por las más de cien que hizo
salir y que ahora pueden convertirse en una amenaza pública. Me pareció que se
sentía culpable de haberlas traído a este mundo, pues se ve que las criaturas
son forzadas a venir a un sitio en donde se sienten fuera de su ambiente y
están como penando, sin encontrar cómo volver a su mundo, y él tampoco puede
hacer nada.
Éstas
no son las únicas aventuras de Julio como contactado del más allá. Aparte de
estos seres misteriosos, Julio ha estado en varias ocasiones en contacto con
naves de otros mundos y con sus tripulaciones. Pero sobre todo me contó algo
que es de un gran interés para la temática general de este libro y que veremos
aflorar de nuevo en capítulos posteriores.
Para
los desconocedores del tema y para los incrédulos sistemáticos es algo que
resta credibilidad a todo este asunto, pero para los que hace años andamos en
esto, es algo que, por el contrario, la acrecienta.
Julio
me contó con gran reserva que en dos ocasiones ha sido forzado a tener actos
sexuales con mujeres extrañas, que aunque se parecían mucho a las humanas, no
eran sin embargo exactamente como ellas. Uno de estos incidentes que se produjo
en lo alto de una montaña, tiene algún parecido con el caso clásico de Vilas
Boas, en Brasil, aunque en el caso de Julio todo sucedió fuera y no dentro del
OVNI.
El
lector podrá pensar que todo esto son fantasías, pero Julio tiene testigos, si
no para probar que todos los detalles de lo que dice son absolutamente ciertos,
sí para atestiguar que los OVNIS pasan a escasos metros del techo de su casa
cuando él dice que van a pasar y algunos otros hechos extraños. Su mujer y dos
de sus hijas así me lo atestiguaron y me describieron cómo era el objeto que
pasó a cámara lenta a muy pocos metros de la azotea de su casa. Otros vecinos
pueden atestiguar lo mismo.
En
cuanto a los «muñecos» de la caja, todavía queda algún sesentón que se acuerda
de ellos. Dos años más tarde de haber recibido estas confidencias de Julio
consulté mi libreta de notas, donde tenía apuntados los datos concretos que él
me había dado. Allí estaba el nombre de uno de sus amigos de la infancia que
había visto en varias ocasiones cómo él sacaba aquellas criaturas de la caja.
Julio sabía que vivía en un barrio específico de una ciudad distante como unos
sesenta kilómetros, y me dio un detalle concreto por el que se podía localizar.
Me dijo que él había perdido todo contacto con esta persona desde hacía muchos
años, pero yo me decidí a buscarlo y corroborar así tan extraña historia.
Me
tomó casi un día entero dar con el, pero por fin lo encontré. Le hablé de su
infancia, de su pueblo natal y de Julio.
En
cuanto se lo nombré y le pregunté si recordaba el circo que montaba, sonrió y
moviendo la cabeza con un ademán de incredulidad dijo rotundamente:
—Aquel
cabrón no sé cómo lo hacía.
—Pero
¿qué hacía? —dije yo.
—Tenía
una caja de zapatos de la que sacaba unos monos, que la primera vez que los vi
delante de mí, dispensando, me lo hice por los pantalones.
—¿Y
se acuerda cómo eran?
—Mire
usted. Yo era muy niño. Y me fui muy pronto de aquel pueblo. De eso hace como
50 años y apenas si me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es que yo los vi en
sólo dos ocasiones, y me dieron tal miedo que por la noche soñaba con ellos y
me despertaba llorando y me iba corriendo a la cama de mis padres. Y como esto
pasó varías veces ellos me prohibieron andar con Julio.
—Pero
¿cómo eran aquellos monos? —insistía yo.
—No
recuerdo bien. Casi no me atrevía a mirarlos. Eran tan altos como yo y
feísimos, con unas orejas en punta. Y se movían a una velocidad que a veces
desaparecían de la vista. Era como si fuesen eléctricos.
—¿Y
qué pasaba con ellos?
—Pues
no sé decirle.
—¿Y
cómo los podía sacar de una caja de zapatos, si eran tan altos como usted?
—Eso
me pregunté después muchas veces. Entonces era tan pequeño que no me lo
cuestionaba, aparte del mucho miedo que les tenía. En cambio había otros
muchachos algo mayores que le decían que -sacase más. Aunque tampoco debía de
parecerles raro lo que hacía.
Apenas
si le pude sacar más datos. Pero lo que me contó fue suficiente para
convencerme que lo que Julio me había narrado no eran invenciones suyas.
Posteriormente,
después de haber escrito las líneas anteriores y en el mismo país en que reside
Julio, he entrado en contacto directo y asiduo con una persona, gran
investigador de estos fenómenos, que me ha corroborado en muchísimos detalles
muchas de las cosas que Julio me ha contado, con la particularidad de que esta
persona no conoce a Julio ni tiene noticia alguna de las cosas que le han
sucedido.
Esta
persona, cuya casa está bastante aislada en la montaña, ha visto en muchas
ocasiones a unos extraños seres que en líneas generales coinciden con los de
Julio; y no sólo los ha visto, sino que ha empezado a tener alguna relación con
ellos, a pesar de que le he advertido que a la larga es peligroso para los
humanos relacionarse con este tipo de criaturas.
(Morelia, Michoacán, México, 1980). Maestro en Filosofía de la Cultura (UMSNH), licenciado en Comunicación (UAM-X), y diplomado en la Escuela de Escritores (SOGEM).
Autor de cuatro libros de cuentos: Cabalgata en Duermevela (Ed. Tierra Adentro, 2011. Premio Nacional de libro de cuento Joven "Comala" 2011), Luna Cinema (Ed. Tierra Adentro, 2010. Premio Nacional de Libro de Cuento de Bellas Artes "San Luís Potosí" 2008), Embrujadero (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2010. Premio Michoacán de Libro de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010) y de La Noche es Luz de un Sol Negro (Ed. Ficticia, 2007. Mención de honorífica en el Premio Nacional de Libro de Cuento Agustín Yáñez 2004, de una novela: Guiichi (Editorial Progreso, 2008) y de un libro de ensayo "La VALÍStica de la realidad (abordaje de lo real en la novela VALIS, de Philip K. Dick (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2012. Premio Michoacán de Ensayo "María Zambrano" 2012).
También ha ganado los premios de cuento "Magdalena Mondragón" 2006, Premio Binacional de Cuento México–Québec 2003, premio de Cuento Breve de la Revista Punto de Partida 2002, entre otros. Está seleccionado en una veintena de antologías, entre ellas en las ediciones 2004 y 2005 de Los Mejores Cuento Mexicanos (Editorial Joaquín Mortiz). Becario de Jóvenes Creadores del FONCA 2009-2010 (en cuento), y 2011-2011 (en novela). Premio al Mérito Artístico Juvenil de Morelia 2007 y de Michoacán 2009. Premio a la Trayectoria Literaria “José Tocavén Lavín” 2010 .