Dino Buzzati
Una
gota de agua sube por los peldaños de la escalera. ¿La oyes? Tendido en
mi cama, en la oscuridad, escucho su secreto viaje. ¿Cómo hace? ¿Salta?
Tic, tic, se oye con intermitencias. Después la gota se detiene, y
suele no dar señales de vida por todo el resto de la noche. Sin
embargo, sube. De escalón en escalón va subiendo, a diferencia de las
otras gotas que caen perpendicularmente, obedeciendo la ley de gravedad,
y al final hacen un pequeño chasquido, muy conocido en todo el mundo.
Ésta no: poco a poco va subiendo la espiral de la escalera del alto vecindario.
No hemos sido nosotros, adultos, refinados,
sensibilísimos, quienes la hemos descubierto. Ha sido una criadita del
primer piso, pálida, pequeña criatura ignorante. Lo advirtió una noche,
muy tarde, cuando todos se habían ido ya a dormir. Al cabo de un rato
no pudo contenerse, dejó la cama y corrió a despertar a la patrona.
–¡Señora –susurró-, señora!
–¿Qué pasa? –dijo la patrona despertándose
–. ¿Qué sucede?
–Hay una gota, señora, una gota que viene subiendo las escaleras.
–¿Qué?- preguntó aturdida la otra.
–¡Una
gota que sube los peldaños! –repitió la criadita, y casi se puso a
llorar.
–Anda, anda –maldijo la patrona-, ¿estás loca? Vuelve a la
cama, ¡vuelve a tu cama, march! Has bebido, ésa es la cuestión,
desvergonzada. ¡Ya he visto por las mañanas faltante de vino en las botellas! Cretina asquerosa, si crees...
Pero
la muchachita había huido, ya estaba agazapada bajo las mantas.
“Vaya
a saber que se le habrá ocurrido a esta estúpida”, pensaba luego la
patrona, en silencio, habiendo ya perdido el sueño. Y escuchando
involuntariamente la noche que dominaba al mundo, también ella oyó el
extraño sonido. Una gota, en efecto, subía las escaleras.
Celosa
del orden, por un instante la señora pensó en salir a ver. Pero ¿qué
habría podido encontrar a la miserable luz de las lamparitas
ennegrecidas que colgaban de la baranda? ¿Cómo hallar una gota en plena
noche, con ese frío, en los peldaños tenebrosos?
En los días siguientes,
el rumor se esparció lentamente de familia en familia y ahora ya lo
saben todos en el edificio aun cuando prefieren no hablar, como si fuera
una necedad de la cual avergonzarse. Ahora, muchos oídos permanecen
tensos, en la oscuridad, cuando cae la noche para oprimir al género
humano. Y hay quien piensa en una cosa, hay quien piensa en otra.
Algunas noches, la gota calla. Otras veces, en cambio, por muchas horas
no hace más que desplazarse, arriba, arriba, se diría que nunca va a
detenerse. Laten fuerte los corazones cuando el suave paso parece tocar
el umbral. Menos mal, no se detuvo. Oigan, que se aleja, tic, tic,
encaminándose hacia el piso de arriba. Sé sin lugar a dudas que los
inquilinos del entrepiso creen estar ya al resguardo. La gota –creen
ellos– ya pasó delante de sus puertas y no tendrá ocasión de
molestarlos; otros, por ejemplo yo que estoy en el sexto piso, tienen
ahora motivo de inquietud, ellos ya no. Pero ¿quién les dice que en las
próximas noches la gota reemprenderá el viaje desde el punto a donde
había llegado, o en cambio no recomenzará desde el principio su camino,
iniciando el trayecto desde los primeros peldaños, húmedos siempre,
ennegrecidos por la basura acumulada? No, ni siquiera ellos pueden
considerarse seguros. A la mañana, saliendo de casa, se mira con
atención la escalera por si quedó algún rastro. Como era previsible,
nada, ni la más pequeña señal. Y en la mañana, además, ¿quién sigue tomando en serio esta historia?
Al sol de la mañana el hombre es fuerte, es un león, aunque pocas horas
antes se acobardara.
¿O acaso los del entrepiso tendrán razón?
Nosotros, que al principio no oíamos nada y que nos considerábamos
inmunes, desde hace algunas noches también oímos algo. La gota está
todavía lejos, es verdad. Hasta nosotros sólo llega un repiqueteo
levísimo, eco triste a través de los muros. Sin embargo, es señal de
que está subiendo y de que se aproxima cada vez más.
Ni siquiera sirve
dormir en una pieza interna, alejada de la escalera. Más
vale oír ese ruido, antes que pasar las noches en la duda de si está o
no. Quien duermen en esas habitaciones recónditas a veces no logra
resistir, se desliza en silencio por los corredores y se queda inmóvil
en la antecámara, detrás de la puerta, con la respiración contenida,
escuchando. Si la oye, ya no se atreve a alejarse, esclavo de
indescifrables miedos. Mucho peor es cuando todo está tranquilo: en
este caso ¿cómo excluir que, apenas vuelto a acostarse, justamente
entonces, recomience el ruido?
Qué extraña vida, pues. Y no poder
reclamar, intentar soluciones ni encontrar una explicación que levante
los ánimos. Y no poder ni siquiera persuadir a los otros, los de las
otras casas, que no lo saben. Pero ¿qué puede ser esta gota?, preguntan
con exasperante buena fe. ¿Acaso un ratón? ¿Un sapito salido de los
sótanos? No, por cierto.
Y entonces –insisten– ¿será acaso una alegoría?
¿Se pretende, digamos, simbolizar la muerte? ¿O algún peligro? ¿O el
paso de los años? Nada, señores, nada: es simplemente una gota, pero una gota que sube la escalera.
O más sutilmente ¿se pretende representar los
sueños y las quimeras? ¿Las tierras distantes y anheladas donde se
presume que está la felicidad? ¿Algo poético? No; absolutamente no.
¿O bien lugares más lejanos aún, en los confines del mundo, a los cuales
nunca llegaremos? Pero no, les digo, no es una broma, no hay doble
sentido. Por cuanto podemos ver solo se trata, ¡ay de mí!, de una gota de agua que de noche sube las escaleras. Tic tic, misteriosamente,
de escalón en escalón. Y por eso le tememos.