Si a cierta altura
Hubiese doblado hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha;
Si a cierta altura
Hubiese dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí;
Si en cierta conversación
Hubiese tenido las frases que sólo ahora, en el entresueño, elaboro...
Si todo eso hubiese sido así, sería otro hoy, y tal vez el universo entero
Sería llevado insensiblemente a ser otro también.
EL MISTERIO DE LAS COSAS
(Fragmento. Fernando Pessoa como Alberto Caeiro)
El misterio de las cosas, dónde está?
Si apareciese, al menos,
para mostrarnos que es misterio
qué sabe de esto el río, qué sabe el árbol?
Y yo, que no soy más, qué se yo?
Siempre que veo las cosas
y pienso en lo que los hombres piensan de ellas,
río con el fresco sonido del río sobre la piedra.
El único sentido de las cosas
es no tener sentido oculto.
más raro que todas las rarezas,
más que los sueños de los poetas
y los pensamientos de los filósofos,
es que las cosas sean realmente lo que parecen ser
y que no haya nada que comprender.
Sí, eso es lo único que aprendieron solos mis sentidos:
las cosas no tienen significación, tienen existencia.
las cosas son el único sentido oculto de las cosas
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Me armé contra la justicia
Huí. ¡Oh miseria, oh hechiceras, oh odio, a ustedes mi tesoro les confié!
Logré desvanecer de mi espíritu toda la esperanza humana. A toda alegría, para estrangularla, di el salto sordo de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, agonizando, la culata de sus fusiles. Invoqué las plagas para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango y me sequé con el aire del crimen. Y le jugué buenas trampas a la locura.
Y la primavera me trajo el horrible reír del idiota.
Y ahora, últimamente, encontrándome muy cerca de proferir el último ¡cuac! he pensado buscar la llave del festín antiguo, donde volvería tal vez a tomar apetito.
Esta llave es la caridad. ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
«Serás siempre hiena, etcétera...», exclama el demonio que me coronó de dulces adormideras. «Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y los pecados capitales».
Ah, estoy harto: Pero amado Satán, te conjuro para que me veas con menos irritación, y a la espera de pequeñas infamias retrasadas, a ustedes que aman en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas hojas horribles de mi carnet de condenado.
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
DELIRIO
Maribel Pumarejo Olivella
Y ahora, mi sombra me ha creído su sombra.
UN PERRO CALLEJERO
Edith Mark
En uno de los momentos de desesperación que me sobrevinieron tras la muerte de mí marido, decidí ir al teatro con la esperanza de animarme un poco. Yo vivía en el East Village y el teatro estaba en la calle Treinta y cuatro. Decidí ir andando. No habían pasado ni cinco minutos cuando un gozque callejero empezó a seguirme. Hacía todas las cosas que un perro suele hacer con su amo, se alejaba a explorar para luego regresar corriendo en busca de su compañero. Aquel animal atrajo mi atención y me incliné para acariciarlo, pero se alejó corriendo. Otros peatones también se fijaron en el perro y lo llamaban para que se acercase, pero él no les hacía ningún caso.
Compré un helado y ofrecí al perro un poco, pero aquello tampoco sirvió para que se acercase. Cuando estaba llegando al teatro me pregunté qué pasaría con el perro. Justo cuando estaba a punto de entrar, se acercó por fin a mí y me miró directamente a la cara. Y me encontré mirando a los compasivos ojos de mi marido.